Vivimos en una sociedad cada vez más narcisista e individual. No lo decimos nosotrxs, pues estudios sociológicos demuestran que, en los últimos 50 años y a lo largo de todo el mundo, la percepción del individuo como el centro de todo está claramente al alza (en específico, un 12% más alta que en 1960). Esta tendencia al “yo” puede deberse a muchos factores, como un incremento de la calidad de vida general a nivel socioeconómico, la tendencia a la urbanización, la educación y los medios disponibles para la expresión de unx mismx.
Aunque una tendencia al individualismo no tiene por qué ser mala por sí sola, tenerse a unx mismx como la máxima prioridad en todo momento puede llevar a cabo a ciertas dinámicas tóxicas, como las cada vez más famosas relaciones líquidas, el ghosting o el mobbing laboral. En las siguientes líneas, te contamos en qué consiste la responsabilidad afectiva y cómo practicarla. ¡No dejes de leer!
¿Qué es la responsabilidad afectiva?
La Real Academia de la Lengua Española (RAE) define la responsabilidad como “la capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente”. Entre los factores que definen la cualidad de responsable, se encuentran los siguientes:
- Planear en forma y tiempo las diferentes acciones que conforman cualquier actividad o situación.
- Reconocer, actuar en consecuencia y dar respuesta a las inquietudes propias (y de lxs demás).
- Expresar e informar sobre aquello generado, sea de forma voluntaria o involuntaria.
- Asumir las consecuencias de los actos y sentimientos generados en las personas y el entorno.
De todos los puntos citados, el último es el que más nos interesa. Con base en este conocimiento, podemos decir que la responsabilidad afectiva es el completo entendimiento del efecto que tienen nuestras palabras y acciones sobre lxs demás, ya sea de forma positiva o negativa. Este concepto está relacionado de manera muy estrecha con otras cualidades psicológicas, como la empatía y la ética, y se basa sobre todo en la participación afectiva de una persona en una realidad que puede percibir de forma diferente al resto o ser ajena a ella.
Aunque la responsabilidad afectiva se suele sacar a relucir cuando hablamos de relaciones sexuales, hay que tener en cuenta que se aplica a cualquier tipo de conexión: familia, amigxs, entorno cercano, compañerxs de trabajo y mucho más. Especial cuidado a la hora de aplicar este concepto a relaciones poco definidas o difusas, pues es cuando más se está en riesgo de incurrir en conductas egoístas o equivocadas, aunque no sea de manera voluntaria.
Por último, es necesario reseñar que la responsabilidad afectiva no implica adaptarse siempre a lxs demás o ponerse como último peldaño en el escalón social. El objetivo principal es construir relaciones horizontales, sanas, honestas y respetuosas, no dejar las necesidades propias de lado.
¿Cómo alcanzar la responsabilidad afectiva?
Definir los límites de la responsabilidad afectiva puede ser complicado, pues no todxs tenemos el mismo concepto de ética, moral y empatía. La educación varía entre personas y culturas, así que lo considerado óptimo en un entorno puede no serlo en otro. Lo que sí está más que claro es lo que no hay que hacer y qué situaciones evitar para alcanzar un bienestar pleno a nivel relacional. Tocamos unos cuantos puntos.
1. Evitar las relaciones líquidas
Las relaciones líquidas son aquellas conexiones interpersonales que se rompen con fragilidad. No hay un cimiento sólido de confianza y apoyo, por lo que es imposible planear un proyecto a largo plazo con la otra persona. Este tipo de relaciones se caracterizan por su fugacidad, superficialidad y volatilidad. No podemos negar que es mucho más fácil romantizar una conexión intermitente que comprometerse a cuidar una relación duradera.
Si bien no es necesario crear conexiones permanentes con toda persona que se cruce en nuestro camino, se puede intuir cuándo es momento de dejar las cosas claras y, si es necesario, romper el vínculo para avanzar. La intermitencia no está bien y tampoco beneficia a ninguna de las partes implicadas. Todo tipo de vínculo exige compromiso antes o después y si no se está dispuesto a darlo se necesita transparencia.
2. El ghosting está prohibido
El ghosting, término que se emplea para designar el cese absoluto de comunicación y contacto, es incompatible con la responsabilidad afectiva en la inmensa mayoría de los casos. Esta conducta se caracteriza por el corte del vínculo sin ninguna advertencia o justificación previas y el rechazo de cualquier intento de acercamiento o comunicación por la parte que recibe el trato.
Aunque pueda parecer exagerado, muchxs profesionales psiquiátricos reconocen el ghosting como un tipo de abuso pasivo-agresivo, Obliga a la otra parte a plantearse qué ha hecho mal para que eso suceda, a plantearse su propia integridad emocional y, en muchos casos, a sentirse culpable a pesar de no haber hecho nada malo.
Esto no quiere decir que cesar la comunicación de forma drástica sea negativo, pues en algunos casos es necesario. De todas formas, exceptuando cuadros de abuso y maltrato, lo más adecuado es comunicarle a la otra persona a qué se debe el corte del vínculo. Todxs merecemos conocer los desencadenantes que han llevado al final de un vínculo.
3. La empatía, una de las claves más importantes
La empatía se define como la participación activa de una persona en una realidad ajena a ella. Se trata de una capacidad para percibir las emociones y sentimientos del resto desde el punto de vista que no es propio, es decir, conectar emocionalmente y entender las necesidades y los requerimientos del otrx.
La empatía es una herramienta que se aprende, ya sea de forma autónoma o con ayuda psicológica. Esta perspectiva es esencial para practicar la responsabilidad afectiva en todas sus acepciones. “Hay que tratar a lxs demás como ellos necesitan ser tratados, no como unx mismx querría que le tratasen”.
La responsabilidad afectiva es cada vez más importante. En una sociedad en la que reina el individualismo, nunca hay que dar por sentadas las palabras, los actos y los hechos. Ser comunicativo y expresar los requerimientos, siempre teniendo en cuenta al entorno, lleva a una mejor vida a todas las partes implicadas.